Como estudiante de una universidad pública, te has cuestionado sobre su situación. En algún momento de tu vida, te has preguntado por qué las matriculas son tan costosas, o por qué un posgrado no es tan módico, o por qué alquilan las instalaciones de nuestras universidades a particulares… ¡Politízate! El siguiente texto responde alguna de estas dudas.
La universidad pública ha asistido a un proceso de desfinanciación paulatina. Las políticas aplicadas por los últimos gobiernos han congelado, por no decir disminuido, sus presupuestos de financiamiento. Contrario a la expansión que ha experimentado la universidad pública, la cual ha incorporado semestralmente a más y más jóvenes, profesores y estudiantes (eso sí, no a todos), las medidas de los gobernantes tienden a desconocer esta realidad y plantear el Estado al margen de este compromiso. Por lo tanto, el presupuesto de las universidades públicas tiene que nutrirse con ingresos propios, mientras su funcionamiento no responde a los compromisos misionales que ha adquirido con el país.
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En el marco de la crisis que viven las universidades públicas en el país, la Universidad del Tolima y el Conservatorio en Ibagué se han visto avocados a crear estrategias que permitan su sostenimiento. Lamentablemente, los principales damnificados somos los estudiantes, pues debemos asumir los sobrecostos de las alzas de matrículas cada semestre. Igualmente, tanto la UT como el Conservatorio se han visto obligados a ofertar servicios. En la Universidad del Tolima, por ejemplo, se han ofertado especializaciones, maestrías, doctorados y diplomados de diversa índole: cursos vacacionales, cursos especiales, cursos nivelatorios y seminarios, a costos muy elevados; medida acompañada de la imposición de costos educativos adicionales: por la perdida o robo del carnet debemos cancelar un costo, por entregar tarde un libro debemos asumir otro y por hacer uso de un servicio de Internet de muy mala calidad que no ofrece cobertura a cabalidad dentro de la universidad también nos cobran. Para el caso del Conservatorio, la situación es similar. Allá, han recaudado por la entrada a un concierto, han ofertado programas de extensión como la escuela de música, han alquilado la sala Alberto Castilla, entre otras actividades de autofinanciación.
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El recorte presupuestal es una preocupación más en la universidad pública. A causa del abandono del estatal y del gobierno departamental, la Universidad del Tolima y el Conservatorio no alcanzan a recibir un aporte monetario significativo para garantizar el funcionamiento de estas instituciones. Sin apartarnos de los datos oficiales, la UT y el conservatorio reciben de parte del departamento un porcentaje menor al 20% del total de sus presupuestos anuales, cuando la totalidad de los presupuestos de funcionamiento de estas instituciones lo garantiza la autofinanciación. Por esta razón, tanto las administraciones de la Universidad del Tolima y el conservatorio implementan recortes presupuestales que redundan en la imposibilidad de mejorar sus infraestructuras: actualmente, en las dos instituciones la infraestructura está abandonada (en el Conservatorio por poco las paredes y los techos se caen encima de los estudiantes), a la vez que es insuficiente, ya que presentan un hacinamiento innegable; los laboratorios y salas de informática no responden a las exigencias de la actividad académica, porque no tienen con qué funcionar o no lo hacen de la forma mas adecuada; y, las bibliotecas no llena las expectativas investigativas de los educandos.
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Otra de las consecuencias de la desfinanciación de la universidad pública, es la crisis académica. Los dineros de la Universidad del Tolima y el Conservatorio no han dado para mantener una planta docente de tiempo completo, lo cual ha llevado a el aumento de docentes catedráticos cuya permanecía es estrictamente necesaria en la institución. Como producto inmediato de esto, los estudiantes no contamos con un tiempo para asesorías o proyectos investigativos; por el contrario, contamos –como ocurre en la UT– con unos monitores académicos (estudiantes) mal remunerados que intentan suplir al docente cuando no esta y nosotros tenemos dudas o vacíos.
Lamentablemente, un profesor de hora cátedra no ingresa por concurso, convirtiendo la docencia en una actividad subvalorada que, por las condiciones salariales, la termina ejerciendo la persona menos idónea. Además, por el clientelismo que impregna a nuestras instituciones educativas, muchas veces nuestros docentes terminan siendo los amigos de los funcionarios de la administración de turno y, no siempre, están facultados para orientar una materia de la mejor manera.
Junto a esto, la UT y el Conservatorio, por la crisis financiera que afrontan, no pueden ofrecer el equipamiento necesario para brindarles a los docentes y a los estudiantes el desarrollo óptimo de sus clases. Los salones que se caen, la ausencia de un video-bean en un estado óptimo y una red de equipos de cómputo, así como una biblioteca actualizada, son las marcas que le impiden a los profesores y estudiantes buscar permanentemente el conocimiento.
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La universidad, concebida como el espacio donde se encuentra la “universalidad del conocimiento”, tiene una labor sumamente importante y esencial en el desarrollo de una sociedad: que el conocimiento deben ser aplicado en un ambiente donde convive determinado número de personas y, que dependiendo de la calidad de esos saberes, se podrá impactar de una determinada manera los grupos sociales que componen un pueblo. Sin embargo, la crisis de la universidad pública cuestiona este deber. Sus egresados se mueven entre el desempelo y trabajos distantes de la transformación de las comunidades. Por consiguiente, los saberes de los que nos apropiamos en nuestra etapa educativa, no tienen mayor implicación en la sociedad: lo único destacable para nuestra vida es el afán de lucro y competitividad que imponen los currículos y practicas inconcientes de nuestros profesores. Esa es la relación que favorece la actual universidad.
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La crisis de nuestras universidades tiene por fondo la sujeción de la educación a las necesidades económicas y no a las necesidades sociales de nuestros pueblos. En esta lógica el estudiante pasa de ser una persona en un proceso de formación permanente a un “cliente”. Cliente desprovisto de cualquier posibilidad de permanencia en la institución, porque por todo tiene que pagar. Desde el acceso a los servicios de salud, pasando por la recreación, hasta el goce del deporte, están mediados por la capacidad monetaria de cada uno. En este sentido, ¿Será posible que un estudiante se pueda dedicar a la actividad académica sin preocuparse por otros asuntos? En otras palabras, ¿Qué políticas ofrece una universidad a los estudiantes para garantizarles la permanencia en la institución?
Por una educación de calidad
la universidad nos necesita. Porque los estudiantes no merecemos una educación para el mercado, sino una educación para la vida, que nos garantice un bienestar, una permanencia, una cobertura real y adecuada, y con una ayudas educativas que no impliquen tener que pensar por cuanto nos saldrá y, en especial, que nos aseguren que nuestro trabajo nos ayudara a construir patria, a construir un futuro, digno y en paz.