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“UNIDAD, UNIDAD, UNIDAD ES NUESTRA DIVISA”

Los campesinos, indígenas, trabajadores y jóvenes reunidos en Cabildo Abierto, durante el día 30 de Abril del año en curso, para discutir y proyectar alternativas de resistencia y lucha al programa de gobierno de Juan Manuel Santos, consideramos lo siguiente:

Frente a la política agraria del Estado colombiano, pensamos que se enfoca más hacia el desarrollo rural y menos hacia la reforma agraria. Las experiencias lo han validado. Por ejemplo, la política agraria de Álvaro Uribe Vélez lo ratificó, en tanto validó que el problema del campo era la improductividad, y no la ausencia de tierra para que los campesinos la trabajaran. De esta forma, el gobierno desmontó el subsidio para la compra de tierra y creó el subsidio integral, eje de Agro Ingreso Seguro (AIS), que ha priorizado la financiación de proyectos en sistemas de producción de carácter empresarial (capitalista), en los cuales han prevalecido los principios de competitividad, supuesta equidad y sostenibilidad. Esto indica otro modelo de desarrollo para el sector rural colombiano tiende a desvalorar y debilitar el campesinado y la producción de alimentos.

En este sentido, y en cuanto a la política agraria del actual mandatario, declaramos que es una prolongación de las tendencias que han predominado históricamente en Colombia. Concretamente, la estrategia agraria de Juan Manuel Santos es similar a la de Uribe y los gobiernos que lo han antecedido. Esta no representa un cambio sustancial, por el contario, significa el favorecimiento de los intereses de unos pocos, específicamente grandes hacendados, para garantizar mayor productividad y competitividad. Por esto, el gobierno no privilegiará la redistribución de la tierra concentrada.

En relación con los recursos naturales, la política gubernamental es clara: procurar su mercantilización. Los megaproyectos que se están y se pretenden llevar a cabo en el Tolima son una muestra fehaciente de tal concepción. Los nacimientos hídricos deben convertirse en grandes fuentes de energía, afectando el medio ambiente, los procesos productivos de las comunidades y sus condiciones de vida. Igualmente, las zonas de reserva forestal deben ceder su condición a la explotación minera, en aras del deterioro de los ecosistemas.

Ante todo esto, un sólo camino nos queda: la unidad de todos y todas. Unidad que debe permitirnos un cambio en las políticas actuales por otras favorables para las comunidades y sectores deseosos de paz y justicia social. Por esto organicémonos permanentemente en cabildos, fortalezcamos nuestras organizaciones y proyectos la resistencia y la lucha por un nuevo país y una nueva y definitiva independencia.

CABILDO ABIERTO SOBRE POLÍTICA AGRARIA, RECURSOS NATURALES Y DERECHOS SOCIALES

MARCHA PATRIÓTICA Y CABILDO ABIERTO POR LA INDEPENDENCIA

LOS BAZARES Y FOLKLORITOS: SÍNTOMAS DE UNA CRISIS

19.05.11

El reloj marcó las 12:10. Todos, incubando cierta algarabía, se levantaron de sus puestos en busca de la salida: la jornada había terminado. Si hubiesen estado en el colegio un timbre hubiera anunciado el final de las clases, pero no fue así; se encontraban en las instalaciones de la Casa del Maestro recreando una clase de análisis de la situación de la educación pública; estaban reunidos coreando su defensa.


Los días previos

El martes, dos días antes, varios integrantes de la Agencia Estudiantil de Prensa comenzaron a realizar la convocatoria en los colegios del Oriente de la ciudad. Los compañeros de la Asociación Nacional de Estudiantes de Secundaria (ANDES) y la Organización Colombiana de Estudiantes (OCE) también estaban en esa tarea, pero lo hacían en el centro y en el otro extremo. En este caso no importaba la institución a la que cada uno fuera, por cuanto un sólo propósito los articulaba: alentar la defensa de la educación pública.

Llegue tarde al lugar donde nos quedamos de encontrar. Mi compañero ya me estaba esperando y se encontraba algo impaciente. Aun así, procedimos a transitar el laberinto que dibujaba la distancia entre los añejos portones de cada colegio. Puertas que se abrieron tímidamente para cedernos el paso y permitirnos las palabras del día: “venimos a invitar al personero y al contralor a un encuentro de estudiantes”. Al otro día, la rutina se repitió, pero –puedo decir– más cerca del centro que del extremo del Oriente.

El jueves

Escenario de múltiples actividades sindicales y variadas controversias, el salón principal de la Casa del Maestro esperaba ansioso a los estudiantes. Antes de las 8:00, Martha, apersonada de los servicios varios de la sede sindical, lo había organizado de una forma bastante formal: filas y columnas de sillas milimétricamente organizadas apuntaban al frente, simulando una posible conferencia en la cual unos hablaban y otros solamente escuchaban. Afortunadamente, tal rigidez fue subvertida por los organizadores y asistentes. Muy puntuales, los estudiantes comenzaron a llegar.

La entrada de la Casa del Maestro registró varios rostros, su puerta se bamboleo constantemente hasta aceptar el ingreso de cuarenta almas que se asentaron en el segundo piso a escuchar, reflexionar, conversar y proponer.

Pasadas las 8:30 el encuentro comenzó. Secundando los saludos de los representantes del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación del Tolima, las intervenciones de Giovanni González, representante de la ANDES, Juan Bermúdez, integrante de la AEP, y Diana González, delegada de la OCE, introdujeron a los jóvenes en la problemática de la educación pública. Cada uno y a su modo expuso las razones por las cuales la educación se encuentra en crisis y planteó algunas soluciones y alternativas de resistencia y lucha.

Durante el resto de la mañana

Las rimbombantes intervenciones de los representantes de las organizaciones estudiantiles, cedieron ante las voces de los participantes. Voces que se apoderaron del escenario para narrar casos y anécdotas asociadas, no muy aparentemente, con la crisis de la educación pública.

Desde diferentes puntos de círculo formado, varios representantes estudiantiles hicieron referencia a lo que ocurre en cada uno de sus colegios; con algo de timidez, expresaron los problemas con las baterías sanitarias, las limitantes existentes para defender los intereses y derechos de los estudiantes, las atribuciones que le otorgan los rectores para que gestionen y ayuden a financiar el colegio, entre otros casos que evidencian ciertos conflictos y la ausencia del Estado.

Con cierta indignación, y desde otro extremo, un estudiante fue más minucioso al exponer la crisis de su colegio. Él, entre lo mucho que destacó, relató una historia de lucha contra la mercantilización de la educación: el Juan Lozano y Lozano, su colegio, concede, en las horas de la tarde, una de sus sedes a una institución privada para que ofrezca el servicio educativo. Ante esto, los estudiantes han manifestado su voz de protesta, en tanto esa institución privada no retribuye notablemente un aporte a la Institución estatal. Por el contrario, la institución privada funciona y se beneficia del colegio del Estado sin costo o aporte mayor.

Después de esta intervención y del asombro que produjo, los participantes comenzaron a insistir en torno a la pertinencia de hacer algo. Las voces siguientes reconocieron que las problemáticas de la mayoría de los colegios son comunes, y que el estado de cosas no puede seguir igual.

Llegue tarde

Una vez más, llegue tarde. Por lo visto, los muchachos de las organizaciones ya habían hablado. También, los estudiantes invitados estaban interviniendo. Muy atenta escuche y registre lo más importante. Todos coincidían en varios puntos, pero aludían a uno bastante apreciable: muchos de los problemas que ocurren dentro de los colegios tienen que ver con la ausencia del Estado, es decir unos aportes presupuéstales que les permitan contar con una planta física apropiada y con todas las posibilidades para desarrollar proyectos deportivos, recreativos, artísticos y académicos.

Las palabras finales

Entre compromisos y la posibilidad de consolidar una asociación de representantes estudiantiles, el evento culminó. Sin embargo, y apresurándose al cierre, unas palabras certeras reivindicaban la naturaleza del encuentro: hay que defender la educación pública, y su defensa se hace luchando por la mejora de las instalaciones sanitarias y la infraestructura de cada colegio, resistiendo a esas actividades que tienen por objeto generar recursos propios para suplantar el papel del Estado, y articulando las diferentes expresiones de inconformidad que en cada institución se gestan día a día.


EN PROFUNDIDAD: EL PLAN NACIONAL DE CONSOLIDACIÓN TERRITORIAL


Desde comienzos de 2007, el gobierno de Álvaro Uribe Vélez comenzó a ejecutar una estrategia denominada plan nacional de consolidación territorial, la cual se ha desarrollado con gran ahínco en el sur del Tolima y ha traído consecuencias palpables para los habitantes de las comunidades rurales. Estas personas, mientras observan los “avances” de dicho plan, soportan el peso de sus marcas, que se traducen en abusos del poder por parte de las Fuerzas Armadas en beneficio de las empresas explotadoras de los recursos naturales. Por esto, Heber García, defensor acérrimo de los Derechos Humanos en el Tolima, expuso a la AEP varios elementos en torno esta estrategia y argumentó algunas ideas sobre su significado y puesta en acción. 

¿Qué es el plan consolidación?

García, quien desde los diálogos entre el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) y la guerrilla de las FARC-EP se perfiló como un abanderado por la paz, afirma que la iniciativa del gobierno –en busca de la seguridad y la paz– “no sólo representa un riguroso plan militar, sino una estrategia bien articulada en la cual también están los entes del Estado”, es decir coordina los esfuerzos de varias instituciones gubernamentales y estatales (ministerios, fuerza publica, instituciones asistenciales, programas presidenciales y otras) para retomar la presencia en aquellos lugares donde nunca estuvo y, por el contrario, predominaron otras formas organizativas y de gobierno divergentes a las históricamente predominantes.

De igual manera, y con gran indignación por la penetración estadounidense en los asuntos internos colombianos, destaca que el plan “tiene un alto componente de participación internacional a través de la agencia del departamento de Estado norteamericano, la cual esta plenamente comprometida con su puesta en marcha”.

A partir del seguimiento que ha realizado desde 2004 a las arbitrariedades cometidas por el ejército en el departamento y, particularmente, donde más afincados se encuentran, García nos comparte los momentos más significativos del plan, enunciado las fases que –desde su punto de vista– lo han caracterizado. “Una etapa inicial fue el copamiento militar de las áreas estratégicas en el sur del Tolima para asegurar el territorio y replegar al movimiento insurgente que allí hace presencia. Posteriormente vino la etapa de penetración por medio de ciertas obras de inversión, vías, la implementación de proyectos productivos con las comunidades”. Todo esto atravesado por la implementación del terror y el miedo para lograr que la política se consolidara, afirma.

Algunos antecedentes del plan consolidación

Según García, el plan de consolidación territorial tiene sus raíces inmediatas en el Plan Colombia. Durante el gobierno de Pastrana, esta iniciativa fue maquinada y puesta en marcha con gran tesón después de la zona de despeje. El gobierno posterior, el de Álvaro Uribe Vélez, continúo este plan de guerra, consolidándolo por medio su congreso, el cual era de apoyo casi irrestrictito. Esto se materializó en todo el andamiaje legal, el cual favorecía presupuestos e iniciativas contundentes contra determinados sectores populares.

Por ejemplo, las medidas tomadas por Uribe cuando determinó el Estado de Conmoción Interior en 2002 le permitieron dictar decretos en los cuales hablaba de zonas de rehabilitación y consolidación. Dictámenes que escenificaban la necesidad de retomar el control en determinados territorios, garantizar la presencia del Estado y evitar el avance de formas organizativas y de gobierno distintas a las existentes.

En primera instancia, García sugiere que la retoma de determinadas zonas fue eminentemente militar, lo cual atentó contra el orden constitucional consagrado en la carta política de Colombia. Concretamente, este rasgo distintivo de las medidas puestas en práctica limitó las libertades democráticas de los ciudadanos y transgredieron los principios de los DDHH y el DIH.

No obstante, y en aras de superar la situación anterior, la política de guerra tuvo un segundo momento: se adecuó en el orden constitucional y legal existente. Álvaro Uribe incorporó (a la estrategia militar) el respaldo de otras instancias estatales. El congreso de la republica operó algunos cambios para garantizar la intervención y apoyo del poder judicial y de otras instituciones del Estado para retomar su presencia en ciertos territorios.

A la par de estos antecedentes, los cuales son relativamente recientes, Heber García rastrea otros de mayor data. La urgencia de los gobiernos y el Estado por controlar el territorio nacional se remonta –desde su punto de vista– a los años sesenta, puntualmente con las llamadas “republicas independientes” que, entre otros significados, representaban la incapacidad del Estado por garantizar el bienestar de todos.

Las “republicas independientes” tuvieron asidero en el Tolima. En el marco de la resistencia emprendida por los campesinos contra la violencia liberal-conservadora y sus luchas por un la redistribución de la tierra concentrada en pocas manos, las comunidades rurales del Sur se agruparon, organizaron y desarrollaron formas de autogestión independientes del Estado. Iniciativas producto –como lo expresa García– de la ausencia estatal y de su persistente represión.

“En estas zonas se habían desarrollado procesos organizativos autónomos que confrontaban la política del gobierno. Las comunidades campesinas e indígenas habían desarrollado procesos organizativos, superado todas sus dificultades y logrado organizarse de tal forma que esto prendió las alarmas en el Estado al ver que estaba, obviamente, perdiendo legitimidad”.

De esta manera, el gobierno de Guillermo León Valencia (1962-66) y los posteriores promovieron permanentes planes, militares inicialmente, para contrarrestar los focos de resistencia y los gérmenes de un nuevo Estado.

Las consecuencias del plan

A partir de la documentación realizada a los abusos del poder efectuados por la fuerza publica, expresados en violaciones permanentes a los DDHH, García concluye que el plan consolidación expresa una estrategia contraria a los anhelos de las comunidades del Sur del Tolima, específicamente una iniciativa para agudizar el conflicto social y la confrontación armada entre las fuerza publica y la insurgencia.

De una parte, la estrategia representa el agravamiento de las condiciones de vida de los campesinos y habitantes rurales, por cuanto no resuelve sus principales problemas: tierra, condiciones apropiadas para producir, facilidades para comercializar y otras. Y en caso tal que lo haga, el plan asume una postura asistencial, básicamente en aras de apaciguar las limitaciones existentes y articular al conjunto de la población a los megaproyectos puestos en marcha en el Sur como mano de obra barata.

De otra, y de forma evidente, la famosa consolidación trae consigo la agudización del conflicto armado. Con el fin de retomar la presencia en ciertas zonas, las fuerzas militares han tenido que confrontar a la insurgencia. Confrontación que, de una u otra forma, ha involucrado a la población civil y ha conducido a restricciones a las libertades democráticas, sus Derechos Humanos e infracciones al Derecho Internacional Humanitario. Entre estas, como lo dice García, el ejército no ha aplicado el principio de distinción, ya que ha inmiscuido a los pobladores con la guerrilla, catalogándolos como colaboradores o integrantes de la misma.

Al respecto, Heber destaca que el papel del aparato judicial ha sido determinante, por cuanto ha emprendido seguimientos y persecuciones contra aquellos quienes han asumido una postura critica frente al plan y han resistido a su aplicación.

Igualmente, García subraya que en todo este marco, la política mercenaria de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, ex ministro de defensa y actual presidente de la republica, contribuyó al asesinato de personas ajenas a la dinámica del conflicto armado y que representaron asensos o “recompensas” para varios militares. Muchas de ellas, como los casos lo registran, fueron relacionadas con los grupos insurgentes, especialmente porque se “encontraban” uniformados y portaban materiales de guerra. En la actualidad estas personas figuran en las listas de los falsos positivos.

Con base en todo esto, el plan de consolidación territorial no apunta a la solución de los problemas más acuciantes de la población, por el contrario, representa el mantenimiento del orden existente: privilegios para unos pocos y problemas para muchos.