LA FALACIA DE LOS APOYOS ESTUDIANTILES DE LA UT
Hace poco diligencié el “Formulario Unificado para Solicitud de Apoyos Programa Especial de Bienestar Universitario y Permanencia Estudiantil” de la Universidad el Tolima y ¡Qué sorpresa! En su segunda página, me pusieron a elegir entre uno de los siguientes apoyos: la beca por calamidad, el acceso a la red (conectividad) o un dispositivo tecnológico.
En este momento, soy una de varias estudiantes que no ha podido pagar la matrícula. Cuando terminó el semestre B-2019, a finales de febrero, viajé a mi pueblo natal esperanzada en conseguir un trabajo para resolver esto. El problema –como ya todas y todos lo saben– es que las medidas de aislamiento paralizaron la producción y el comercio popular. Como si fuera poco, tengo problemas de comunicación, porque me quedé sin teléfono celular y la tablet en la que hacia mis trabajos sacó la mano. De vez en cuando un vecino me ayuda con este problema y, cuando no, me escapo para a ir a un cyber-café, entre otras cosas, a escribir notas como esta.
Según las opciones que me presenta el formulario de la universidad, la beca por calamidad me caería como anillo al dedo. Sin embargo, me quedará muy jodido desarrollar las clases, porque no tengo un dispositivo tecnológico, ni siquiera un teléfono celular para ver clases vía WhatsApp. Entonces, estoy ante una situación un poco extraña. Si escojo la beca por calamidad estaré dentro de la U, pero sin poder ver las clases; y si selecciono un dispositivo para ver las clases no tengo garantizada la matricula.
No sé si esto les ocurra a otros y sospecho que la UT tampoco. Su Vicerrectoría de Desarrollo Humano, que debería tener la absoluta claridad sobre estos casos, está desconociendo las condiciones materiales de los estudiantes. Al parecer creyeron que era un apoyo significativo un subsidio de vivienda, una monitoria o asistencia administrativa, los tres golpes del restaurante o una beca. Señores: hay estudiantes cuya condición socio-económica nos clasifica como pobres o pobres extremos, y nuestra capacidad de conectividad depende de la red de la U o de un vecino solidario.
En medio de todo esto, me molesta el silencio cómplice de las y los profesores, porque no han salido a decir nada. Desde su campo de trabajo y sus condiciones propias, llamaron a clases como si el estudiantado no se hubiese pronunciado en contra de su inicio; incluso, cuando algunos programas se declararon en asamblea permanente por las condiciones desiguales en las que se encuentran muchos de nuestros compañeros (especialmente esos que viven en las zonas rurales o no cuentan con conectividad porque no es una prioridad en sus hogares). La administración de la UT nos mandó (a estudiantes y profesores) como soldados a una guerra sin armas suficientes para generar Ambientes Virtuales de Aprendizaje (AVA). Así nos están llevando una educación de mala calidad, de la cual hemos sido víctimas los últimos años.
Quiero terminar llamando a la sensatez que exige el momento. La pandemia del COVID-19 ha demostrado las mejores y las peores actitudes de los seres humanos y de eso no se salvaron los estudiantes de la UT. Quienes corrieron a clases y a aceptar las fechas de los talleres y parciales “virtuales” sin esperar y mucho menos sin preocuparse por quienes no pudimos pagar ni matricular a tiempo dejan mucho que pensar. Personas como yo no participamos de los acuerdos pedagógicos por falta de voluntad, sino por falta de condiciones tecnológicas. En este momento, vamos a la guerra sin preparación, vamos a la guerra sin condiciones para un desarrollo real de clases que nos permitan avanzar en las discusiones de formación. Ojala, la administración universitaria, en su afán de mostrar buenos resultados, no termine enterrando a aquellas y aquellos que no tenemos las condiciones para recibir clase durante este semestre.
Escrito por Manuela Azurduy
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