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» » ENTRE LA ESPADA Y LA PARED. EL CASO DE JESYD TOLE

Jesyd Tole. Foto: AEP.

Apenas arrancaba el mes de diciembre de 2014, cuando a la casa de Jesyd Tole llegó el anuncio más ingrato que alguien podía recibir en una fecha como esa. No se trataba del corte del servicio de energía ni de un embargo, mucho menos tenía que ver con la expropiación de su predio por no venderlo a una empresa privada que pretende su subsuelo; se trataba de un ultimátum contra su vida.

Con 59 años a cuestas, Jesyd vivió arraigado a la vida rural. Antes de salir de su adorado Limón, uno de los corregimientos del municipio de Chaparral-Tolima, solía charlar con quien se le cruzara en su camino, acostumbraba a departir en el mercado o las tiendas del corregimiento sobre los problemas del municipio o simplemente se dedicaba a saludar a quien se encontrara a su paso; incluso, en el taller de ebanistería en el que siempre trabajó y del cual sostuvo durante mucho tiempo a su familia, acostumbró a ofrecer un trato amable hacia su clientes y amigos. Ahora que se encuentra en una urbe en crecimiento traumático, lejos de su terruño, los únicos con quien más comparte son con sus familiares, porque sus vecinos son totalmente diferentes a los de su añorado Limón.

El cambio de familiares, vecinos y trabajo, porque Jesyd ya no es ebanista sino desempleado, no fue voluntario. El papel desempeñado como defensor de Derechos Humanos y opositor al proyecto hidroeléctrico sobre el río Ambéima, lo convirtió en una piedra en el zapato para los enemigos de la justicia social, quienes de un día para otro trastornaron la vida de un simple trabajador rural comprometido con la defensa de su gente.

“Estaba apunto de iniciar las noticias de la noche cuando golpearon la puerta de mi casa –dice Jesyd–. Eran dos muchachos, uno más o menos de unos 19 o 20 años y otro de unos 25 o 26, quienes preguntaron por mí. A la pregunta que me hicieron respondí: con él tratan. Ellos me miraron y me dijeron que si estimaba la vida tenía que desocupar la zona. Yo les pregunté que por qué razón y que de parte de quién; sin embargo, ellos añadieron: tómelo como quiera, nosotros sencillamente le traemos esa razón”.

Ante una visita como esta, Jesyd quedó perplejo. Mientras miraba cómo el par de muchachos daban vuelta, se retiraban, montaban una moto que tenían estacionada muy cerca de su casa y tomaban la ruta hacia Chaparral, una sensación de impotencia lo invadió acompañada de una zozobra creciente que se extendió durante los días siguientes.

Según Jesyd, los días que siguieron a este episodio, estuvieron marcados por una inseguridad tremenda: “cualquier persona extraña que veía me causaba miedo”; es decir, le generaban una sensación de desespero al no saber si llegaban al pueblo a hacerle algo. Por esta razón, y a los pocos días del anuncio prefirió dejar su casa, el taller de ebanistería, sus amistades, el querido Limón y la lucha en contra el proyecto hidroeléctrico, porque “me vi en la necesidad de salir: estaba afectado psicológicamente” –dice él–.

Por fortuna, en Ibagué encontró un rincón para pasar la navidad y el año nuevo. Aunque no lo hizo con la misma alegría que lo había hecho en otras oportunidades, pudo compartir con sus familiares, darse un respiro de aire citadino y rearmar las fichas para insistir en la lucha por una vida digna. Hoy, de la mano de ASTRACATOL, empuja puertas visibilizando su caso y exigiéndole al Estado que intervenga en aras de garantizarle sus derechos como expulsado de un territorio y perseguido por las fuerzas contrarias a la justicia social.

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