“La libertad solo reside en los estados en los que el pueblo tiene el poder supremo”.
Cicerón
Son demasiados las irregularidades que ocurren en la Universidad del Tolima. Ya no es sorprendente ver cómo la administración universitaria, en cabeza de Omar Mejia y el Gobernador Barreto, manejan el discurso de la autonomía y la democracia universitaria a favor de un grupo político particular, el cual tiene unos intereses económicos y políticos (como fortín del pago de cuotas electorales) en la universidad. La democracia y una autonomía amañada, excluyente y estrecha que se profesa en la UT, se asemeja a las formas cómo opera la oligarquía en el país. La universidad que durante los últimos años ha atravesado diversas crisis de gobernabilidad y financieras no ha estado exenta del manoseo por quienes ostentan el poder político del departamento.
Los Consejos Superiores Universitarios (CSU), máximos órganos de definición y dirección de las universidades públicas y privadas del país (Ley 30 de 1992), han estado en manos de un grupo de personas que conciben la universidad desde el punto de vista económico al que se le debe sacar el 100% de rentabilidad. Además, usan las universidades como un escenario para el pago de cuotas electorales (alimentan la clientela de un gobernador o alcalde). Lastimosamente, esta visión hace parte del proceso de mercantilización de la educación pública superior en el país, que profundiza las dinámicas del mercado y genera cartones a diestra y siniestra sin importar realmente los fines misionales de la universidad para con la sociedad.
A este respecto, la UT no se ha quedado por fuera. En el Alma Mater tolimense, el CSU ha estado al servicio de los intereses de unos cuantos. Unas veces fueron los liberales, ahora son los conservadores quienes lo tienen capturado y han desplazado al grueso de la comunidad universitaria (trabajadores, profesores y estudiantes) de la conducción de la institución. En efecto, con mañas, ellos convirtieron los esfuerzos institucionales en una forma de gobernar a favor del mercado y el clientelismo. Por esto, son excluyentes, nepóticos, manipuladores y mentirosos.
Un ejemplo fehaciente de esto se expresó con ocasión a las recientes elecciones a representantes estudiantiles ante los diferentes consejos de la universidad, porque fueron amañadas y estuvieron marcadas por la desidia de la institucionalidad gobernante. Por ejemplo, la publicitación por parte de la administración del proceso no fue suficiente. Los recursos para el desplazamiento de las candidaturas hacia las otras “sedes” universitarias con el fin de visibilizar sus propuestas salieron el lunes antes de la votación. La publicidad quedó en veremos, porque fue demorada más de una semana y habían comprometido a garantizarla. A la plancha de presencial le negaron el ingreso al CAT el Tunal. Una campaña de desprestigio por parte de las planchas de distancia diciendo que presencial quería acabar con ellos no fue detenida por la dirección universitaria como regulador del proceso. La secretaria general negó los testigos externos a la plancha #5, argumentando que podrían existir “problemas de orden público”. En algunos CAT, varios grupos de estudiantes desconocían el proceso electoral, pero apareció publicidad pegada en los puestos de la plancha ganadora al superior y el académico. Incluso, la maquinaria de la administración funcionó a un nivel tal que en presencial muchos profesores se inventaron una falsa flexibilidad para no dar clases. Ahora, a esto hay que sumarle que a la fecha el grueso del estudiantado no conoce los resultados de las elecciones ni los rostros y propuestas de quienes llevarán su voz (preocupaciones y decisiones) ante el Consejo Superior y al Académico.
Todo esto pone en evidencia el interés particular de unos pocos: seguir de forma hegemónica en el poder de la universidad. De lo contrario, esos conservadores no se tomarían tantas molestias y no gastarían tantos recursos. Por esto, a nombre de la autonomía, la institucionalidad gobernante estableció unas reglas de juego en las que puso ventajas para unos, logrando que los “triunfadores” respondan a sus intereses grupales.
Es momento de amarrar políticamente a los actuales representantes de la UT. Qué no nos pase lo que ocurrió con Daniel Martínez, quien trabajó para los intereses particulares de los conservadores, y quien le hizo el juego a la administración universitaria aprobando iniciativas lesivas para el curso de la UT y su función misional. Qué los estudiantes no sigan por fuera de las decisiones de la dirección universitaria como si fueran animales de corral. No más democracia y autonomía estrecha y amañada. Llegó la hora de conformar el Consejo Superior Estudiantil, con el fin de determinar los rumbos de la universidad. No permitamos el juego de la corrupción interna para favorecer sectores económicos y políticos. Es pertinente hablar de una verdadera autonomía y democracia universitaria, que este a manos de los estamentos que componen comunidad universitaria y de esta forma incidir en los rumbos de la UT: ¡subvirtiendo el orden de las cosas, lograremos cosas imposibles!
Por Manuela Azurduy
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