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» » SOLIDARIDAD PARA CAMINAR SIN MIEDO


Ayer, mientras caminaba hacia la polvareda ocre que nos lleva al segundo hogar, pensé que debería, con urgencia, comprar un gas pimienta como el de mi prima; luego, pensé en aquella noche, cuando se me hizo tarde y había que caminar muy rápido, que me tocó pasar por unos lugares donde casi siempre algún tipo suelta improperios o ve a las mujeres como un pedazo de carne; también, recordé a las chicas cuando me decían que nunca se debía salir de casa alguna noche por una cerveza y menos con ese vestido tan corto, que la burundanga, que la otra noche a fulanita le tocó pasar un rato muy desagradable cuando el taxista intentó sobrepasarse con ella, etc., etc., etc.

Con Aleja, una vez caminé por la calle quinta de Cali, por donde cada día nos acompañábamos para ir a la universidad; íbamos tranquilas y riendo, cuando notamos que un carro avanzaba muy lentamente detrás de nosotras. El sujeto que lo manejaba nos decía cosas y cuando volteamos a verlo con mucho miedo, el muy desgraciado se estimulaba. Como tantas otras veces, nos embargó esa terrible sensación de no poder hacer algo, de un miedo que casi siempre es más grande que la indignación y, en especial, de no ser capaces de voltear y gritarle lo sucio, atrevido y pusilánime que había sido.

A las Yulianas, Manuelas, Claras y Marías asesinadas, empaladas, violadas, quemadas con ácido, nadie les dijo que el hecho de ser mujer nos pone siempre en una condición de vulnerabilidad y que no iban a volver a casa gracias a esos hombrecitos dañados, hijos de esta sociedad intoxicada. A Julia y Martina, que irresponsablemente creyeron que podrían salir de su país a viajar sin la compañía de un macho que las cuidara, no se les ocurrió que podían acabar despedazadas en una bolsa negra en el extranjero por haberle dicho a los sujetos que se encontraron en esa fiesta que “No”. ¿Culpa de ellas y de sus padres por libertinas, arriesgadas, inconscientes y rogadas? ¿Cómo pudieron decirle a alguien quien les gustó “No” y no dárselo? ¿Cómo se les ocurrió que pueden andar solas por el mundo? ¿Por qué no se dedican a su papel de mujeres y se quedan mejor en casa lavando platos y fregando ropa como debe ser? ¿Por qué salir a buscar problemas?

Pensé en todas ellas, en mí, en mi hermanita, en que la zozobra claudicante nos resta posibilidades de tranquilidad, de sueños y de paz. Que si bien podemos votar, solo nos resta la pequeña tarea de sentir que tenemos derecho a vivir, de dejar de andar como leonas con las uñas siempre afuera en caso ataques y peligros; que empecemos a construir sociedad junto a ustedes; junto a ustedes hombres que a su vez somos nosotros y los gays, los negros, los indígenas, los históricamente excluidos y perseguidos.

Se ha vuelto una moda reducir las reivindicaciones de las mujeres con tristes adjetivos como feminazis, que según muchos y muchas se reduce a ser promiscuas, peludas, gritonas; pero no entienden que si bien algunas de ellas se exceden, hay quienes creemos que asumirse feministas o procurar construirse en esa medida, es una cuestión de sentido común, que en serio estamos cansadas de vivir a través del miedo, que no se les enseñen a esos hombres que nuestra forma de vestir no les da derecho a violarnos, que no se enseñen a los niños que las mujeres no somos máquinas de servicio doméstico, ni máquinas de parir, que no tienen derecho a desfigurarnos la cara porque no les obedecemos o porque alguien voltea a vernos en la calle. Queremos salir sin miedo de acabar en cualquier potrero empaladas o muertas. Queremos que nuestras niñas no sean el blanco más fácil para esta sociedad enferma y de machos sin límites.

Son enormemente preocupantes los casos de maltrato intrafamiliar. A todas quienes hemos soportado daños físicos y psicológicos, nos han hecho, además de interiorizar, replicar el sesgo del machismo. Entre nosotras mismas solemos señalarnos, nos destruimos, nos evidenciemos todo feas, pobres, vulgares, gordas, negras y todo aquello que no está dentro del modelito que nos vendieron; que digamos que es una asesina impía esa mujer que decidió sobre su cuerpo, o que si el marido la dejó debió ser por no ser suficientemente hacendosa o seguramente por ser una dejada.

Hasta que hombres y mujeres no entendamos que el feminismo va más allá de dejar de depilarse, volverse lesbiana o creerse superior suprimiendo al otro, no vamos a dejar de ser vulnerables. Es necesario que quienes nos decidamos a ser madres, formemos mujeres empoderadas y hombres consientes y respetuosos; que en los escenarios laborales nos destaquemos por nuestras capacidades y exijamos condiciones salariales igualitarias, que enseñemos a nuestras parejas a desescalar el lenguaje y las conductas que nos siguen dañando y a nuestras madres y hermanas que no tienen por qué aguantarse al tipo que les pega bajo justificación de los hijos. Que nos rodeemos en un gran círculo de solidaridad para cuidarnos por ahora, pero que avancemos al punto de que no sea necesario porque el hecho de haber nacido mujeres no implicará que el miedo sea nuestro edificador y nuestra sombra.

Escrito por: Daniela

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